Ya hace cuatro siglos que se relaciona en España a la picaresca con el oro, denominando así al siglo en que surgió. Entonces el protagonista, el Pícaro, se perfilaba como un antihéroe, como un personaje de muy bajo rango social, descendiente de padres sin honor o marginal, sin casta, cuando no un delincuente. Hoy en día, al menos según el sector asegurador, podemos ser cualquiera. Ese halo generalizado de sospecha, alimentado por la magna campaña de sus Lobbies, apoyado con un eficaz uso de su engranaje propagandístico, despojará de sus derechos a miles de víctimas de accidentes de tráfico a partir de el 1 de enero de 2016, fecha en la que entra en vigor la Ley 35/2015, de 22 de septiembre, que aprueba el nuevo baremo para indemnizar a los lesionados en accidentes de tráfico. Nadie duda ya que pagarán/pagaremos decentes por defraudadores, ni que el objetivo básico, principal e inspirador de la reforma legal, por mucho que se haya querido “vender” otra cosa, era cargarse al esguince cervical, no tanto por la importancia de la suma de la cada vez más menguada indemnización, sino por el significativo porcentaje que representa frente al computo de la totalidad de los siniestros con lesiones.

Gordo favor a las aseguradoras que verán crecer sus beneficios a la par que, como la gasolina, no los repercutirán a la baja en las primas de seguro, ni de forma inmediata, ni de forma proporcional. Si aún le quedan ahorros, plantéense invertir en acciones de aseguradoras de automóviles, que el oro va a cambiar de muchas manos a una sola.